Nicolás Rolando comandó la Batalla
Después de la sangrienta batalla de julio de 1903, comandad por el General Nicolás Rolando y con la
cual Cipriano Castro liquidó la Revolución Libertadora, Ciudad Bolívar quedó
con su economía maltrecha y sus principales edificios impactados por el
incesante cañoneo de los vapores de guerra, pero al año siguiente, 1904,
demostró su gran capacidad de recuperación.
Se imponía un lento proceso
de reconstrucción y reorganización de la
ciudad y eso fue lo que trató de hacer el general Luis Valera, a quien
Juan Vicente Gómez, con el visto bueno del Presidente Castro dejó, después del
desastre, en calidad del jefe Civil y Militar del estado. Luego sería
suplantado por el general Leoncio Quintana.
Como no hubo
espacio para tantos presos y muertos, se apresuró la abolición de la pena, y la
fosa común en muchos casos. La ciudad o todo el sur del Orinoco estaba de luto
y a propósito del dolor y la aflicción a un periódico local se le ocurrió
escribir sobre el color que denota el sufrimiento en algunos pueblos.
En Siria, por ejemplo,
se lleva el luto color azul celeste, indicativo del lugar que desean los
muertos; en Egipto el color es de hoja seca, que representa el fin de la vida;
Etiopía usan es el blanco, denotativo de la pureza del difunto y en Europa como
en América es el negro, privación de la luz de la vida.
Estaban de moda las
rimas de Gustavo Adolfo Bécquer y en esos días se recordaba sobremanera ésta: Al brillar un relámpago nacemos / y aun
dura su fulgor cuando morimos / ¡Tan corto es el vivir!
En circunstancias como ésta,
evidentemente que nadie quiere estar enrejado en lugar promiscuo y expuesto a
todos los males, de manera que muchos de los comprometidos, buscando liberarse
de la situación, enviaron a Castro telegramas que publicó El Anunciador, periódico que estuvo catorce meses sin salir,
porque su dueño, el general Agustín Suegart, nunca estuvo con la Guerra
Libertadora. Era un castrista leal.
Quien si fue
capturado tras especular escondite, fue Ramón Cecilio Farreras. Capturado y
sentenciado por un Consejo de Guerra, a degradación pública y diez años de
presidio. Tampoco Merino Palazzi se salvo de la ira oficial y fue expulsado por
decreto ejecutivo, pues, según el Gobierno, él era francés y no tenía porque
entrometerse en los asuntos internos del país.
Al final, Merino se
las arreglo para no abandonar Guayana donde ya había echado raíces. Quien si
viajó a Europa motu propio fue Domingo Battistini. Lo mismo hizo Carlos F.
Schneider, al ver sus propiedades malogradas. Se embarcó en el vapor Whitney
fijó su residencia en Hamburgo. Guillermo Dalton, socio de la Casa Dalton &
Cia, no volvió más, pues murió en Nueva York ocho meses después de la Batalla
de Ciudad Bolívar. Ese mismo año (16 de noviembre de 19 04), falleció en Hamburgo,
Adolfo Enrique Wappaus, quien siendo cónsul de las ciudades hanseáticas en
Angostura construyó la llamada hoy Casa
Wantzelius.
Se reabrió la aduana, se
reanudo la navegación, la caleta volvió animarse y la vida de la ciudad como la
de los pueblos del interior comenzó a normalizarse. Los barcos Guanare, Delta,
Masparro, Socorro, Manzanares y el Apure de la Compañía de Vapores del Orinoco,
dependiente de la Casa Dalton, comenzaron a cargar y descargar en el puerto,
menos el Whitney y la Verdad que
naufragaron antes de que finalizara el año.
El comercio se
restablecía y las Boticas pasaban apuros pues la guerra había agotado casi toda
la existencia. Para mayor depresión la Botica
Boliviana, fundada en 1830, quedó destruida por el fuego. Lo que no le
ocurrió durante el cañonero de la ciudad, le sucedió el 20 de enero.
A las cuatro de la
tarde se desató un incendio en esa farmacia de C. Scheling & Cia.
Intervinieron en la extinción de las llamas, 200 hombres de las Fuerzas Armadas
Nacionales utilizando picos, hachas, Baldazos de agua y cuanto fue necesario. Amenazados
por el fuego que parecía extenderse a toda la cuadra, se veían los comercios
del Blohm, Tomassi, Montes & Monch, Miguel A. Rodríguez y Boccardo. Gracias
al derrumbe de algunos techos y paredes que sirvieron de contrafuego se
salvaron del siniestro.
El agua que la
empresa del Acueducto puso a disposición no fue suficiente, decía una nota El
Anunciador, y agregaba que las familias se lanzaron a las calles buscando amparo, las azoteas
parecían palcos teatrales, el humo invadía las calles y se condensaba en una
nube negra y fétida. A las 10 de la noche cesó el fuego.
Desde 1877, cuando
ocurrió el siniestro de la Casa Blohm, la ciudad no había registrado un
incendio igual. Entonces, se planteó por primera vez la necesidad de un Cuerpo
de Bomberos.
El 4 de abril del
mismo año 1904, La Botica Boliviana, a cargo de Sherling y Urbano Taylor
reabrió sus puertas, pero provisionalmente en el Edificio de las Cuatro
Esquinas, al frente de su antiguo inmueble siniestrado.
Las enfermedades
comunes de entonces eran el paludismo el beriberi, la disentería, las venéreas
y de la piel, en las cuales se especializaba el doctor Félix. R. Páez, quien
además de prestar servicios en los Hospitales Mercedes y Caridad, tenía un
consultorio en la calle Venezuela que atendía de una a cuatro de la tarde.
Además de la Botica
Boliviana estaba la Botica Vargas. Ambas expedían la “infalible crema del Dr. Auché
contra la manchas de viruelas”; Zarzaparrilla y píldoras del Doctor
Bristol recomendadas para el hígado y la
sangre; la “Panacea Esplendida”, combinación de varias sustancias vegetales
capaz de “contrarrestar los estragos del veneno masmiático en el cuerpo humano.
Otros medicamentos
de la época eran el Chologogue indio, pectoral de Anacahuita, Aceite de Hígado
de Bacalao, tónico orienta, agua de Florida de Murria, jarabe de vida, jabón
curativo de Reuter, Tricofero de Barry, jarabe de rábano iodado, Hiposfofito de
cal, jarabe de savia de pino, pastillas de jugo de lechuga y laurel, capsulas
de quinina, Sándalo Midy y Vinos de pepsina y peptona.
No había luz
eléctrica. Sólo el Teatro Bolívar disponía por temporada de una máquina del la Electric Carnaval Coy, pero siguiendo
la onda de los Zuloaga que utilizaban al río Guiare para producir electricidad
en Ciudad Bolívar, los señores B. Tomassi, W. Monserrate Hermoso, Antonio
García Romero y el inglés Harold Jennins estudiaban la posibilidad de hacer lo
mismo con Salto Marcela.
El Teatro Bolívar,
al que también los bolivarenses llamaban Coliseo y Templo de Talúa, solía ser
habilitado en efemérides para veladas artísticas. Así el 5 de julio de 19 04,
aniversario de la firma de Acta de la Independencia, luego de haber sido
reparado de los daños de la guerra, se realizó allí una velada en la que la
Banda del Estado, dirigida por Manuel Jara Colmenares estrenó regios uniformes.
Acompañado al piano por H. Machado Guerra, cantó la señorita Mercedes Tovar, de
quien se dijo guardaba un mirlo en la garganta. También cantaron la señorita
Dalla-Costa y la señora de Bertrand y actuó como concertante de guitarra el
joven Grillet Méndez quien era ciego.
Las colonias
francesas, alemanas, italianas y de los países bajos eran importantes en la
ciudad y el día de fiesta de su país, la Banda del Estado tocaba música
alusiva. El 14 de julio, aniversario de la Toma de bastilla, la Banda ejecutó
La Marsellesa en el paseo La Alameda y acudió en pleno la muy activa colonia
francesa. Lo igual había ocurrido el 8 de abril cuando G. Bernewitz, Vicecónsul
de Dinamarca, enarboló la bandera de su país en honor al Rey Chistian IX, quien
cumplía 86 años de edad. Era entonces el decano de los soberanos.
Un mes después,
Manuel Aristiguieta, estrenó su vals “Ciudad Bolívar: dedicado a Ginesita de
Plaza Ponte. Lo estrenó en uno de los muchos pianos que entonces había en las
casas distinguidas de la ciudad y que periódicamente venía desde Trinidad a
reparar, Daniel Velasco, quien entonces se hospedaba en el Hotel Bolívar, no el
actual, por supuesto, sino en el Hotel bolívar de Guillermo Eugenio Monch
Siegart, fundado en 1900 en la calle Orinoco.
Había en la ciudad
un importante movimiento artístico que crecía al rescoldo del Teatro Bolívar y
que un lunes 12 de septiembre decidió canalizarse a través de una agrupación.
Tal la Sociedad Filarmónica que se
inició bajo la presidencia de Rafael N. Gil. Lo acompañaban en la directiva:
Hermenegildo Alcocer, Mónico Cordero, Pedro Lucas Lunar y Ramón Díaz. El Objeto
era “reunir a todos aquellos que posean
el divino arte de la música, a fin de
proporcionar a nuestra sociedad actos de amena y culta distracción.
Animadores de esta
sociedad eran los veteranos de la Banda del Estado, especialmente su director
Jara Colmenares Antonio Lauro (padre) ejecutante del bombardino y quien en 1917
tendrá un hijo homólogo que le dará renombre a Venezuela y Guayana y Guayana
como Guitarrista y compositor de rango internacional.
Antonio Lauro fundó
el 26 de diciembre de ese año 1904 la Barbería Petit Trianon de Lauro & Galeano. El aviso anunciado el
establecimiento decía: “Este acreditado establecimiento de Barbería y
peluquería tiene el gusto de ofrecer al público los exquisitos perfumes que
acaba de recibir de las mejores perfumerías de Europa y los Estados Unidos”.
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