Juan Vicente Gómez, tachirense nacido en el hato “La
Mulera”, fue amo y señor de Venezuela durante 27 años, desde el 19 de diciembre
de 1908 cuando se usurpo el poder a su compadre Cipriano Castro, quien se
hallaba en Paris padeciendo de un riñón, hasta el 17 de diciembre de 1935
cuando falleció en su hacienda “Las Delicias” de Maracay.
Emergió de la Venezuela levantisca, cuyo dominio se
disputaron por decenios los caudillos formados durante las cruentas guerras de
independencia. El siempre fue hombre de
hacienda y tenía una fronteriza llamada “Buena Vista”, entre Colombia y
Venezuela, donde finalizando el siglo diecinueve se concibió y preparó toda
una ambiciosa y casi quijotesca aventura
que los llevaría, tanto a él como a su compadre Cipriano Castro, hasta el
propio Palacio de Miraflores donde se tambaleaba el gobierno de Ignacio
Andrade.
Hombre fuerte y de pocas letras era Gómez, formado en
las duras faenas del campo, astuto, zamarro y de innata habilidad para los
negocios. En cambio su compadre era
nervioso y romántico, sin tres cuartos en el bolsillo, pero con una
manifestación vocación política alimentada por el verbo jacobino de los
liberales colombianos, capaz de convencer a una vulpeja como Juan Vicente
Gómez, como efectivamente lo convenció para meterlo de capitalista en una
aventura que por su cuantía al iniciarse – apenas eran 60 hombres entre la
oficialidad y la peonada – tenía aparentemente todas las de perder, pero que
por suerte de la audacia pudo salir airosa.
Castro y Gómez cruzaron media Venezuela en cuatro meses con un
contingente de hombres armados y tras unas cuantas escaramuzas y batallas,
entraron triunfantes en Caracas para dar inicio al Siglo XX con el llamado
Gobierno de la Restauración Liberal, que luego el propio Gómez, al usurparle el
Poder a Castro, convirtió en Gobierno de la Rehabilitación Nacional.
Cipriano Castro gobernó un decenio trasformado en un autócrata
con imputes nacionalistas, en tanto que Gómez gobernó como dictador vitalicio
apoyado por el imperialismo que veía con voracidad la riqueza petrolera del
subsuelo venezolano. Sobresale en la
historia porque solventó la deuda que sucesivos gobiernos anteriores habían
contraído con la banca extranjera, por haber modernizado el ejército, acabado
con el caudillismo pernicioso y haber integrado al país a través de un sistema
de carreteras y caminos. Pero. ¿A qué precio?.
Gómez para asegurar su estabilidad en el gobierno y
garantizarle un clima de tranquilidad al capital foráneo en la explotación del
petróleo y otras materias primas, persiguió, torturó, encarceló y expulso a
cuanto político y caudillo se atrevió a reclamar por los derechos y libertades
que asisten al pueblo para escoger sus gobernantes y decidir sobre los grandes
asuntos de la vida nacional.
Siguiendo esa línea de conducta conculcó el simple
derecho de expresión y manifestación.
Los sucesos estudiantiles de febrero de 1928 son ejemplo
trascendente. Los aplastó a sangre y
fuego. El verbo encendido de Jóvito
Villalba quiso ahogarlo en el propio Panteón Nacional. Asimismo el de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni
y Pío Tamayo, cabezas visibles del estudiantado que de la mano de la soberana
Beatriz Peña Arreaza, solo pudieron gritar hasta el cansancio.
¡Abajo el
bagre! ¡Muera el bagre! ¡Sígala y bájala!
¡Saca la pata
lajá! ¡Y ajá! ¡Y ajá!
¡Y saca la pata lajá!
Contra Gómez no podía nadie y así como aplastó los
sucesos estudiantiles de 28, aplastó también al alzamiento del General José
Rafael Gabaldón, en Monte Cristo (Portuguesa); aplastó el asalto a Curazao y
Coro liderizado por Rafael Simón Urbina, Gustavo Machado, Miguel Otero Silva,
Ramón Torres, Gustavo tejera y Juan José Piña, entre otros; aplastó la
Expedición del Faltes comandada por Ramón Delgado Chalbaud, muerto al tratar de
tomar a Cumaná defendida por el General Emilio Arévalo Cedeño y una segunda
expedición de Rafael Simón Urbina zarpada desde el Puerto de Veracruz con 20
mexicanos y venezolanos.
Esta segunda expedición del general Urbina fue destruida
en Coro, donde desembarcó, por las fuerza del gobierno comandadas por el
general Simón Jurado. Al cumplir
exitosamente su cometido, lo comunicó a Gómez con el siguiente telegrama:
“Zamuros coreanos
desayunándose con carne mexicana”
A Gómez lo acompañó la fortuna cada vez que le tocó
enfrentar un alzamiento contra su gobierno, de la magnitud que fuese. Podríamos agregar también el 13 como número
de suerte, pero la verdad es que Juan Vicente Gómez había modernizado de tal
forma el ejército e intercomunicado al país que todo se le hacía más expedido.
Contaba además con una buena red de espionaje que se
extendía hasta el exterior. El fracaso
de la expedición del Faltes que contaba hasta con ametralladora, fue a causa de
la delación de un vendedor de armas europeo de apellido Spira, sobornado por un
espía. Tenía Gómez todo bajo control y
era de pensarse que si logró desbaratar en tiempos de castro la Revolución
Libertadora que se extendió a todo el país durante tres años y que tuvo a
Ciudad Bolívar como último reducto, nada más después podía prosperar. Gómez se cuidaba y vigilaba de cerca
cualquier forma de expresión o agrupación. Sospechaba hasta del Rotary Club, el
cual termino disolviéndose para sustraerse de la vigilancia permanente del
dictador.
Durante su mandato prosperó el jefe civilismo como azote
nacional así como el uso discrecional del poder. Los funcionarios de baja categoría abusaron
tanto como los de arriba. A los políticos no solo los reducían a la tétrica
sordidez de un calabozo, sino que les colocaban presados grillos hasta de 60
libras en los pies y muchos de ellos padecieron 5, 10, 15 y 20 años
sepultados vivos, como el caso del Caribe Vidal, en los estrechos muros de La
Rotunda y el Castillo de Puerto Cabello.
El tristemente famoso reclutamiento traumatizó por años
a la familia venezolana porque no solamente se reclutaban jóvenes y obreros
para el ejército, sino también para someterlos a trabajos forzados en la
Construcción de carreteras como la de La Guaira a Caracas y la de Caracas a Los
Andes y a Oriente.
En el libro “Evolución Política y Social de Venezuela”,
Augusto Mijares da cuenta de 300 vecinos de Maracaibo llevados a trabajar en
una carretera cerca de Barcelona y por haber muertos en el lugar, éste recibió
el nombre de “Cementerio de los Maracuchos”.
El mismo Mijares cuenta cómo en ese entonces el cargo
público podía jerarquizarse de acuerdo a las ganancias ilícitas que producía y
cómo hasta en los estados más pobres, los gobernantes se enriquecían en poco
tiempo. “Porque no era el robo directo
de los caudales públicos lo más codiciados, sino la posibilidad de meter la
mano en la propiedad privada, de adquirir valiosos fundos por precios
irrisorios, de hacerse pagar por los propietarios para no reclutarle los
obreros, el establecimiento de monopolios y hasta la explotación de garitos,
valían más que la más alta posición.
Parientes muy inmediatos al Presidente de la República
tenían en la capital el monopolio de la carne y el pescado y disfrutaban de la
explotación exclusiva de las casas de juego de la llamada Lotería de
Beneficencia Pública. El ambiente del
horror y de angustia que semejante
régimen producía, queda sintetizado en el hecho de que millares de venezolanos
salían anualmente del país a establecerse en Las Antillas, en Colombia o en los
Estados Unidos. No muchos eran exiliados
políticos, pues Gómez prefería la cárcel y sólo como una merced concedía el
destierro; eran venezolanos que simplemente no podían vivir en su país bajo
aquella presión enloquecedora, o que iban a trabajar al extranjero porque las
desastrosas consecuencias económicas de tal política cerraba cualquier posibilidad d honrado provecho.
En 1928 se podía apreciar claramente que no había
familia venezolana que no tuviese
alguno de sus miembros en la cárcel, en el destierro o ganándose la
vida como simple obrero en los Estados Unidos del Norte”.
Para poder usufructuar el Poder durante 27 años, Gómez
hizo reforzar la Constitución Nacional en los aspectos referentes a la
reelección y duración del periodo. Se
explica así que luego de haber sido Presidente provisional en 1908 a raíz de la
ausencia de Cipriano Castro, es elegido sucesivamente Presidente para los
periodos 1910 – 1915; 1915 – 1922; 1922 – 1929; 1929 – 1936.
En este último periodo fingió no aceptar y propuso al
Congreso la elección del doctor Juan Bautista Pérez, contra quien maniobra para
hacerlo renunciar en 1931. En el curso
de su mandato y a fin de poder vivir en Maracay que era su tierra predilecta y
centro de sus grandes negocios como el monopolio de la industria azucarera,
separó varias veces de la Presidencia, pero conservando la jefatura del
ejército.
Quienes lo alternaron en el Poder en esa forma, José Gil
Fortuol y Victoriano Márquez Bustillos, no hicieron otra cosa que concurrir a
ceremonias, pronunciar discursos y firmar ciertos documentos porque, realmente,
quien disponía, hacía y deshacía desde su hacienda “Las Delicias”, era el
general de La Mulera. Por eso entonces
se llegó a hablar a sotto voce del Presidente
de la Presidencia.
Existe una famosa caricatura del Semanario “Fantoche”,
dirigido por el malogrado Leoncio Martínez (Leo), donde humorísticamente se
ilustra esta realidad. Aparece Gómez en la caricatura con un sable reluciente y
a su lado Victoriano Márquez Bustillos en actitud interrogante con la funda del
sable: “General, hasta cuando me va a
tener con esta vaina en la mano”.
En la década del veinte, Gómez cayó en la tentación de
prolongarse en el Poder a través de sus descendientes y con esa intención
nombró a sus hijos Juan Crisóstomo Gómez
(Juancho) y José Vicente Gómez (Vicentico), primer y segundo Vicepresidentes de
la República de Venezuela, respectivamente.
Sin embargo, la muerte de Juancho por intrigas familiares, lo hizo
desistir de tal propósito. Desaparecido
Juancho de manera cruenta de
la escena política, le dijo a Vicentico “renuncia
a todo y dedícate a los
negocios porque no quiero que mis hijos sufran por asuntos de la política”.
Gómez fue un obsesionado del Poder, se aferró a él hasta
su muerte, cuidó la silla presidencial con habilidoso celo y a medida que
avanzaba la edad y se debilitaba su fuerza física, se hacía más desconfiado.
Pedro Tinoco y Rafael María Velasco, quienes en sus días de postración
aparentaron como encargados de la Presidencia, en la realidad no eran
tales. Ni siquiera el general Eleazar
López Contreras, Ministro de Guerra y Marina, había sido escogido previamente
por el caudillo para sucederle.
El General Eleazar López Contreras asumió el Poder horas
después de morir Gómez, designado por el Consejo de Ministros
y ratificado posteriormente por el Congreso de la República, no
obstante que el clan Gómez aspiraba y planificaba otra cosa.
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