lunes, 2 de noviembre de 2015

DICTADURA DE JUAN VICENTE GÓMEZ 1908-1935

Juan Vicente Gómez, tachirense nacido en el hato “La Mulera”, fue amo y señor de Venezuela durante 27 años, desde el 19 de diciembre de 1908 cuando se usurpo el poder a su compadre Cipriano Castro, quien se hallaba en Paris padeciendo de un riñón, hasta el 17 de diciembre de 1935 cuando falleció en su hacienda “Las Delicias” de Maracay.

Emergió de la Venezuela levantisca, cuyo dominio se disputaron por decenios los caudillos formados durante las cruentas guerras de independencia.  El siempre fue hombre de hacienda y tenía una fronteriza llamada “Buena Vista”, entre Colombia y Venezuela, donde finalizando el siglo diecinueve se concibió y preparó toda una  ambiciosa y casi quijotesca aventura que los llevaría, tanto a él como a su compadre Cipriano Castro, hasta el propio Palacio de Miraflores donde se tambaleaba el gobierno de Ignacio Andrade.

Hombre fuerte y de pocas letras era Gómez, formado en las duras faenas del campo, astuto, zamarro y de innata habilidad para los negocios.  En cambio su compadre era nervioso y romántico, sin tres cuartos en el bolsillo, pero con una manifestación vocación política alimentada por el verbo jacobino de los liberales colombianos, capaz de convencer a una vulpeja como Juan Vicente Gómez, como efectivamente lo convenció para meterlo de capitalista en una aventura que por su cuantía al iniciarse – apenas eran 60 hombres entre la oficialidad y la peonada – tenía aparentemente todas las de perder, pero que por suerte de la audacia pudo salir airosa.  Castro y Gómez cruzaron media Venezuela en cuatro meses con un contingente de hombres armados y tras unas cuantas escaramuzas y batallas, entraron triunfantes en Caracas para dar inicio al Siglo XX con el llamado Gobierno de la Restauración Liberal, que luego el propio Gómez, al usurparle el Poder a Castro, convirtió en Gobierno de la Rehabilitación Nacional.

Cipriano Castro gobernó un decenio trasformado en un autócrata con imputes nacionalistas, en tanto que Gómez gobernó como dictador vitalicio apoyado por el imperialismo que veía con voracidad la riqueza petrolera del subsuelo venezolano.  Sobresale en la historia porque solventó la deuda que sucesivos gobiernos anteriores habían contraído con la banca extranjera, por haber modernizado el ejército, acabado con el caudillismo pernicioso y haber integrado al país a través de un sistema de carreteras y caminos.  Pero. ¿A qué precio?.

Gómez para asegurar su estabilidad en el gobierno y garantizarle un clima de tranquilidad al capital foráneo en la explotación del petróleo y otras materias primas, persiguió, torturó, encarceló y expulso a cuanto político y caudillo se atrevió a reclamar por los derechos y libertades que asisten al pueblo para escoger sus gobernantes y decidir sobre los grandes asuntos de la vida nacional.

Siguiendo esa línea de conducta conculcó el simple derecho de expresión y manifestación.  Los sucesos estudiantiles de febrero de 1928 son ejemplo trascendente.   Los aplastó a sangre y fuego.  El verbo encendido de Jóvito Villalba quiso ahogarlo en el propio Panteón Nacional.  Asimismo el de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Pío Tamayo, cabezas visibles del estudiantado que de la mano de la soberana Beatriz Peña Arreaza, solo pudieron gritar hasta el cansancio.

¡Abajo el bagre!  ¡Muera el bagre!  ¡Sígala y bájala!
¡Saca la pata lajá!  ¡Y ajá!  ¡Y ajá!  ¡Y saca la pata lajá!

Contra Gómez no podía nadie y así como aplastó los sucesos estudiantiles de 28, aplastó también al alzamiento del General José Rafael Gabaldón, en Monte Cristo (Portuguesa); aplastó el asalto a Curazao y Coro liderizado por Rafael Simón Urbina, Gustavo Machado, Miguel Otero Silva, Ramón Torres, Gustavo tejera y Juan José Piña, entre otros; aplastó la Expedición del Faltes comandada por Ramón Delgado Chalbaud, muerto al tratar de tomar a Cumaná defendida por el General Emilio Arévalo Cedeño y una segunda expedición de Rafael Simón Urbina zarpada desde el Puerto de Veracruz con 20 mexicanos y venezolanos.

Esta segunda expedición del general Urbina fue destruida en Coro, donde desembarcó, por las fuerza del gobierno comandadas por el general Simón Jurado.  Al cumplir exitosamente su cometido, lo comunicó a Gómez con el siguiente telegrama:

“Zamuros coreanos desayunándose con carne mexicana” 

A Gómez lo acompañó la fortuna cada vez que le tocó enfrentar un alzamiento contra su gobierno, de la magnitud que fuese.  Podríamos agregar también el 13 como número de suerte, pero la verdad es que Juan Vicente Gómez había modernizado de tal forma el ejército e intercomunicado al país que todo se le hacía más expedido.

Contaba además con una buena red de espionaje que se extendía hasta el exterior.  El fracaso de la expedición del Faltes que contaba hasta con ametralladora, fue a causa de la delación de un vendedor de armas europeo de apellido Spira, sobornado por un espía.  Tenía Gómez todo bajo control y era de pensarse que si logró desbaratar en tiempos de castro la Revolución Libertadora que se extendió a todo el país durante tres años y que tuvo a Ciudad Bolívar como último reducto, nada más después podía prosperar.  Gómez se cuidaba y vigilaba de cerca cualquier forma de expresión o agrupación. Sospechaba hasta del Rotary Club, el cual termino disolviéndose para sustraerse de la vigilancia permanente del dictador.

Durante su mandato prosperó el jefe civilismo como azote nacional así como el uso discrecional del poder.  Los funcionarios de baja categoría abusaron tanto como los de arriba. A los políticos no solo los reducían a la tétrica sordidez de un calabozo, sino que les colocaban presados grillos hasta de 60 libras en los pies y muchos de ellos padecieron                    5, 10, 15 y 20 años sepultados vivos, como el caso del Caribe Vidal, en los estrechos muros de La Rotunda y el Castillo de Puerto Cabello.

El tristemente famoso reclutamiento traumatizó por años a la familia venezolana porque no solamente se reclutaban jóvenes y obreros para el ejército, sino también para someterlos a trabajos forzados en la Construcción de carreteras como la de La Guaira a Caracas y la de Caracas a Los Andes y a Oriente.
En el libro “Evolución Política y Social de Venezuela”, Augusto Mijares da cuenta de 300 vecinos de Maracaibo llevados a trabajar en una carretera cerca de Barcelona y por haber muertos en el lugar, éste recibió el nombre de “Cementerio de los Maracuchos”.

El mismo Mijares cuenta cómo en ese entonces el cargo público podía jerarquizarse de acuerdo a las ganancias ilícitas que producía y cómo hasta en los estados más pobres, los gobernantes se enriquecían en poco tiempo.  “Porque no era el robo directo de los caudales públicos lo más codiciados, sino la posibilidad de meter la mano en la propiedad privada, de adquirir valiosos fundos por precios irrisorios, de hacerse pagar por los propietarios para no reclutarle los obreros, el establecimiento de monopolios y hasta la explotación de garitos, valían más que la más alta posición.

Parientes muy inmediatos al Presidente de la República tenían en la capital el monopolio de la carne y el pescado y disfrutaban de la explotación exclusiva de las casas de juego de la llamada Lotería de Beneficencia Pública.  El ambiente del horror y  de angustia que semejante régimen producía, queda sintetizado en el hecho de que millares de venezolanos salían anualmente del país a establecerse en Las Antillas, en Colombia o en los Estados Unidos.  No muchos eran exiliados políticos, pues Gómez prefería la cárcel y sólo como una merced concedía el destierro; eran venezolanos que simplemente no podían vivir en su país bajo aquella presión enloquecedora, o que iban a trabajar al extranjero porque las desastrosas consecuencias económicas de tal política cerraba cualquier  posibilidad d honrado provecho.

En 1928 se podía apreciar claramente que no había familia venezolana que no  tuviese
alguno de sus miembros en la cárcel, en el destierro o ganándose la vida como simple obrero en los Estados Unidos del Norte”.

Para poder usufructuar el Poder durante 27 años, Gómez hizo reforzar la Constitución Nacional en los aspectos referentes a la reelección y duración del periodo.  Se explica así que luego de haber sido Presidente provisional en 1908 a raíz de la ausencia de Cipriano Castro, es elegido sucesivamente Presidente para los periodos 1910 – 1915; 1915 – 1922; 1922 – 1929; 1929 – 1936.

En este último periodo fingió no aceptar y propuso al Congreso la elección del doctor Juan Bautista Pérez, contra quien maniobra para hacerlo renunciar en 1931.  En el curso de su mandato y a fin de poder vivir en Maracay que era su tierra predilecta y centro de sus grandes negocios como el monopolio de la industria azucarera, separó varias veces de la Presidencia, pero conservando la jefatura del ejército.

Quienes lo alternaron en el Poder en esa forma, José Gil Fortuol y Victoriano Márquez Bustillos, no hicieron otra cosa que concurrir a ceremonias, pronunciar discursos y firmar ciertos documentos porque, realmente, quien disponía, hacía y deshacía desde su hacienda “Las Delicias”, era el general de La Mulera.  Por eso entonces se llegó a hablar a sotto voce del Presidente de la Presidencia.

Existe una famosa caricatura del Semanario “Fantoche”, dirigido por el malogrado Leoncio Martínez (Leo), donde humorísticamente se ilustra esta realidad. Aparece Gómez en la caricatura con un sable reluciente y a su lado Victoriano Márquez Bustillos en actitud interrogante con la funda del sable: “General, hasta cuando me va a tener con esta vaina en la mano”.

En la década del veinte, Gómez cayó en la tentación de prolongarse en el Poder a través de sus descendientes y con esa intención nombró a sus hijos Juan Crisóstomo   Gómez (Juancho) y José Vicente Gómez (Vicentico), primer y segundo Vicepresidentes de la República de Venezuela, respectivamente.  Sin embargo, la muerte de Juancho por intrigas familiares, lo hizo desistir de tal propósito.  Desaparecido Juancho de            manera cruenta de la escena política, le dijo a Vicentico “renuncia a todo y             dedícate a los negocios porque no quiero que mis hijos sufran por asuntos de la política”.

Gómez fue un obsesionado del Poder, se aferró a él hasta su muerte, cuidó la silla presidencial con habilidoso celo y a medida que avanzaba la edad y se debilitaba su fuerza física, se hacía más desconfiado. Pedro Tinoco y Rafael María Velasco, quienes en sus días de postración aparentaron como encargados de la Presidencia, en la realidad no eran tales.  Ni siquiera el general Eleazar López Contreras, Ministro de Guerra y Marina, había sido escogido previamente por el caudillo para sucederle.


El General Eleazar López Contreras asumió el Poder horas después  de morir   Gómez, designado por el Consejo de Ministros y ratificado posteriormente por el                  Congreso de la República, no obstante que el clan Gómez aspiraba y planificaba otra    cosa.

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